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artículos de opinión personal NBA
Sin complejos, tapujos ni mordazas.
Sin complejos, tapujos ni mordazas.
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Tan solo hace unos días que el estadounidense triple campeón mundial de atletismo (100, 200 y 4x100) Noah Lyles, hiciera unas declaraciones más que controvertidas sobre la NBA en una rueda de prensa, En ellas cuestionaba el término que se utiliza en su pais para referirse a los campeones de la NBA denominándolos “Champions of the World” (Campeones del mundo). Como era de suponer, las numerosas críticas por parte de algunos jugadores más importantes de la NBA no tardaron en llegar. Mensajes de evidente desacuerdo camuflados con una hábil dosis de indiferencia para tampoco verse inmiscuidos en charcos de barro demasiado profundos. Sinceramente creo que Lyles escogió unas formas erróneas de transmitir un mensaje con una poderosa carga de verdad. Y es que, para ser campeón del mundo no te queda otra salida que ganar el campeonato del mundo por absurdo que a algunos les parezca. El momento quedó en una simple anécdota hasta que ayer, curiosamente en el campeonato mundial, Serbia elimina a Canadá y Alemania hace lo propio con USA. No pasaron ni cinco minutos hasta que apareció el primer meme con la foto de Lyles, pues era algo que, como dice mi amigo Álvaro Martínez: “ni se cotizaba”. Memes aparte, privar al equipo estadounidense del campeonato, es algo que ya de por si vuelve a poner en tela de juicio la supuesta superioridad de la NBA, pero la cosa empeora cuando ampliamos el campo de visión y sumamos a Canadá a la ecuación. Es entonces cuando nos damos cuenta de que la final del campeonato sólo va a contar con 7 jugadores de la NBA mientras que en el partido por la medalla de bronce habitarán nada más y nada menos que 19. Esta situación alimenta automáticamente en todos los círculos el eterno y agotador debate de “Pues no son tan buenos”, sobre el que voy a intentar daros mi personal e intransferible punto de vista. Para empezar, estoy totalmente de acuerdo en que la soberbia de los americanos es algo que ha estado, está y estará ahí por los siglos de los siglos, pues es una forma de pensar extremadamente arraigada en su cultura deportiva, respaldada por muchos años de historia de baloncesto y títulos conseguidos, aun cuando no competían con profesionales. Ellos se sienten poseedores de autoridad moral sobre el resto del mundo por el hecho de estar arriba en el medallero y tener la mejor liga de baloncesto del planeta. Si, he dicho la mejor liga de baloncesto del planeta, y lo he dicho porque lo pienso. Y es que, soberbias aparte, es innegable que la NBA es el último escalón de la gloria al que aspira cualquier jugador que se precie. Es un contexto muy diferente al del baloncesto FIBA, y por ende las comparativas no siempre son justas, pero la realidad es bien sencilla: No hay jóvenes americanos prometedores en la NBA esperando que les hagan ofertas ligas europeas. Una vez aclarado esto, toca acometer la cuestión de fondo, que esta vez me llega de la mano de mi mujer que al acabar el partido de Alemania y USA me suelta sin paños calientes: ¿Por qué han perdido si son jugadores de la NBA...? Y lo cierto es que no dudé ni un segundo en responder porque es una teoría sobre la que no tengo pruebas, pero tampoco dudas. Creo que a los norteamericanos el campeonato del mundo es algo que les hace cierta ilusión pero que no les va la vida en ganarlo. Precisamente porque tal y como respondía Tyler Herro a las declaraciones de Noah Lyles: "La NBA es la mejor liga del mundo por eso los campeones son “campeones del mundo”. Supongo que debe ser difícil desear con fuerza un premio al que no le das valor y por eso las selecciones americanas se presentan a los campeonatos del mundo con equipos, digamos que mejorables. Los pesos pesados de la liga se borran de las convocatorias porque les dan mucha más importancia a los juegos olímpicos. Es por ello que concurren a esta cita con equipos conformados a base de jugadores con poco recorrido, jóvenes proyectos aún sin consagrar que apenas llevan jugando juntos un par de meses. Algo que no sucede con el resto de las selecciones donde hay una continuidad y se crea un ecosistema adecuado. Los americanos varían las plantillas año tras año y eso va en detrimento de la química. Esa química tan importante cuando juegas un torneo tan intenso y con tanta carga emocional como lo son los campeonatos FIBA. Y es que, el hecho de jugar en la NBA no le confiere a nadie superpoderes ni habilidades especiales, por lo que estas selecciones “mejorables” suelen encontrar últimamente la horma de su zapato cuando descubren que las diferencias entre ellos y el resto del mundo ya no son tan abismales como antes. El propio Grant Hill, gerente general del equipo USA declaro: "Ya no existe la mística de jugar contra los jugadores de la NBA. Estaban asombrados de jugar contra Charles Barkley o Karl Malone. Es interesante lo rápido que el resto del mundo se puso al día. Hubo un susto increíble en los Juegos Olímpicos de 2000 en Sydney. Y luego, en 2002 y 2004, perdimos”. Las palabras de Hill ponen en el punto de mira la evidente e imparable globalización de la NBA y el hecho de que una gran parte del prestigio de la liga se deba al talento de jugadores extranjeros. No en vano, no sólo los últimos 5 MVP´s han sido jugadores de otras nacionalidades, sino que el último quinteto “All NBA” está compuesto por 1 estadounidense y 4 jugadores foráneos. Es un hecho que el talento está mas repartido por todo el mundo y que “ya nada volverá a ser como en 1992” con el “Dream Team” como afirmaba Steve Kerr en rueda de prensa.
Si echamos la vista atrás, el ciclo de los equipos estadounidenses en los torneos FIBA es el mismo desde que en el 92 comenzaran a acudir a ellos con equipos profesionales. Primero acuden al campeonato del mundo con un equipo “B”, básicamente conformado por quien acepta ser seleccionado y no a la inversa como en el resto del mundo. Si ganan, todo el mundo contento, y si pierden, activan el botón del pánico y concurren a las Olimpiadas con un equipo de “vengadores” dispuestos a recuperar el dañado orgullo patrio. Un conjunto de estrellas notablemente más comprometidas a jugar como equipo, bien entrenadas y con un equipo adaptado a las necesidades de lo que se van a encontrar, que finaliza su andadura con medalla de oro y corona de laurel para los EE. UU. Este ciclo vital viene repitiéndose de manera casi ininterrumpida desde que en el año 1992 decidieran enviar profesionales a la selección. Como única sombra, tenemos el gran batacazo de Atenas 2004, que sumado a los campeonatos mundiales perdidos (98, 02 y 06), propició que Kobe Bryant diera un paso adelante y asumiera el liderazgo de un equipo de superestrellas cuya misión era devolver la gloria perdida a su país. El equipo fue llamado “The Reedem Team” (Equipo redentor) y se ajustaba totalmente a la épica de las narrativas de las grandes ocasiones como esta, como así confirmó el posterior documental. El problema es que lo consiguieron, pero lo cierto es que no lo tuvieron nada fácil. Los mejores jugadores de la NBA sufrieron más de lo que esperaban y no se fueron con el sabor de boca que venían buscando, por mucho que se esmerasen en disimular. Hoy, 11 años después, el ciclo se encuentra en el punto en el que hay que empezar a reclutar “héroes” para la batalla del 2024, pero con la diferencia de que los enemigos son cada vez más fuertes, más inteligentes y en definitiva más peligrosos. Factores que influyen directamente en la decisión de los jugadores americanos de acudir a la selección o no. Siendo realistas, nadie sobre la faz de la tierra debería ser capaz de hacerle frente a los 12 mejores jugadores americanos bien entrenados y comprometidos con la causa, pero, viendo el panorama mundial actual… ¿Acudirán todos a la llamada del deber? Nos vemos el verano que viene.
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Draymond Jamaal Green es de ese tipo de jugadores poseedores de una capacidad asombrosa para no dejar indiferente a nadie en el transcurso de todas y cada una de sus acciones sobre la pista. Es más, creo firmemente se ha ganado por derecho propio ser integrante de una categoría aún superior, solamente accesible para un elenco de protagonistas como Dennis Rodman, Xavier McDaniels, Charles Oakley, Ricky Mahorn y algunos ilustres más. Un selecto grupo de jugadores rudos o “enforcers” cuyas trayectorias siempre han estado marcadas por una característica común, que se manifiesta en un punto exacto de sus carreras: El día que se los come el personaje. Y es que, en cualquier ámbito deportivo, ya sea de deporte base o de las grandes ligas, hay algo que no debe ni deberá jamás tener cabida: La violencia.
Cuando Green irrumpió en la NBA, nadie estaba preparado para asimilar un concepto de jugador semejante. No respondía a ningún estereotipo posicional conocido hasta la fecha, sin embargo, era alguien capaz de hacer cosas inverosímiles sobre la pista. Pronto se convirtió en la pieza clave, el arma secreta de los Warriors, “el quinto elemento” como yo le solía llamar. Green era esencial para el “small-ball” de Steve Kerr, un pívot con cuerpo de alero y capacidades de base. Dominaba el bote, era un defensor implacable y era el que más asistencias daba de todo el equipo. Pero quizá una de sus cualidades más determinantes era su capacidad de liderazgo. El liderazgo es parte esencial de la estructura grupal y, por ende, determinante en la efectividad que alcance el grupo. Draymond dirigía la defensa y el ataque con autoridad, exigiendo rendimiento a sus compañeros, pero predicando siempre con el ejemplo de la superposición del bien común sobre el lucimiento personal. Le daba igual acabar con cero puntos mientras su equipo ganase. También era el encargado de librar todas las batallas físicas y mentales sobre la pista. Green era el pegamento del ecosistema sobre el que florecía la brillante cultura ganadora de los Warriors. Al tener a Green en tu equipo, te aseguras de tener las espaldas cubiertas en todo momento, pero también has de tener asumido que es una bomba de relojería cuyo temporizador solo obedece órdenes de un cerebro con un grado de inestabilidad superlativo. Algo así como Jekyll & Hyde. Las personas así, recorren en décimas de segundo su espectro emocional y antes de que te puedas dar cuenta, han explotado. El problema es que, hasta la fecha, las explosiones de Draymond se habían materializado con acciones desagradables, indecorosas o sencillamente antideportivas, pero jamás en una deshonrosa e inequívocamente constitutiva de delito como lo es la agresión a su compañero de equipo Jordan Poole. Steve Kerr siempre ha sido un experto en el gobierno y control de personalidades, virtud que le ha capacitado para ir capeando sistemáticamente las salidas de tono de Green, mientras paralelamente aprovechaba sus virtudes dentro de la cancha. No en vano, Kerr vivió en directo la magistral lección impartida por Phil Jackson con su gestión cuando Rodman aterrizó en chicago. El equipo realizó algunos ajustes con la llegada del Jugador, básicamente la permisividad de Jackson sobre las acciones de Rodman no parecía tener límites. Podía llegar al partido casi cuando quería, se saltaba entrenamientos, no realizaba las ruedas de calentamiento, asistía a las charlas prepartido totalmente desnudo con una toalla en la cabeza. Para poder permitirle toda la tensión previa al partido era terrible para el jugador, que no era capaz a estarse quieto, por lo que calentaba por su cuenta en un lugar apartado o iba al gimnasio o se duchaba varias veces. Jackson estableció un sistema de multas específico para Rodman que realmente lo que hacía era comprar el derecho a hacer lo que le diera la gana. El “maestro zen” se salía con la suya y dominaba a la bestia hasta la hora de salir a la pista, ahí la cosa cambiaba. Pues esto es básicamente lo que ha estado haciendo Steve Kerr de manera bastante elegante durante estos años. Ha ido apagando todos y cada uno de los brotes agresivos de Green, haciéndole remar siempre en la dirección de un bien común. La figura del “enforcer” es muy necesaria en cualquier equipo ganador que se precie, y Kerr siempre se ha preocupado de vigilar muy de cerca al auténtico “factor x” de esta dinastía de los Warriors. El problema es que esta vez se le ha ido demasiado de las manos y se ha convertido en un roto muy difícil de remendar, por muy buen costurero que sea. He leído todo tipo de teorías y justificaciones para el brutal puñetazo que le ha propinado Green a Poole y la verdad es que, lejos de convencerme, me avergüenzan profundamente con su solo planteamiento. Puedo entender que Green se haya sentido infravalorado económicamente en base a su negociación contractual, igual que también es comprensible que los nuevos y jóvenes talentos (como Poole) amenacen su posición de liderazgo como macho alfa, pero NADA puede justificar lo que ha hecho. El verdadero líder debe comprender los motivos de los demás en las acciones que realicen y en las decisiones que tomen y por ello además debe interpretar correctamente el carácter de cada una de las personas de su equipo siendo ecuánime en el juicio. Draymond deja de tener juicio en el preciso instante en que el brebaje del Doctor Draymond hace efecto y aparece Míster Green. En sus propias palabras: “He fracasado como líder” No se lo que pasará en los próximos días, aunque, después de la filtración del vídeo, se prevé una sanción ejemplar. A nivel franquicia ha sido apartado de manera preventiva y ya se habla de crisis grupal en el seno de los Warriors, y es que este tipo de cosas minan la moral de cualquier equipo, por mucho que Festus Ezeli se empeñe en afirmar que las peleas en los entrenamientos son necesarias para ganar anillos. La violencia JAMÁS ha de ser la solución a nada. En cuanto al plano personal, he de decir que estoy muy dolido, pues he visto tambalearse la balanza amor – odio que rige mis sentimientos hacia Draymond hasta verla caer. El platillo de la positividad siempre estuvo lleno de momentos de ese jugador superlativo capaz de hacer desequilibrar cualquier contienda. Aquel defensor histórico capaz de pelear con gigantes y a los dos segundos dar una asistencia genial después de retener a dos defensores en un bloqueo. El problema es que el otro platillo de la balanza ha llevado un golpe muy grande de peso. Uno que, para mí al menos, es inaceptable. Me quedo sin mi villano favorito, es lo que hay... Cuando tenía 15 años, mis padres se mudaron a otra parte de la ciudad y yo tenía que caminar todos los días 5 kilómetros para ir a jugar a la pista de mi antiguo barrio. Allí estaban mis amigos, mis raíces, mi historia. Allí aprendí a jugar y a respetar aquel lugar por encima de todas las cosas. No importaba que estuviera rodeado de un ambiente cargado de delincuencia y drogas, era nuestra pista. Un aro oxidado, un tablero de aglomerado que se caía a cachos y un soporte doblado con una gran piedra eran las joyas de nuestro santuario. Hoy en día vemos a los jugadores de la NBA quejarse por muchas cosas casi a diario. Se quejan del arbitraje, se quejan de los alojamientos, se quejan de las modificaciones de algunas normas, se quejan porque cobran poco, se quejan del formato de competición, incluso se han quejado por las mangas de las camisetas… Se quejan de tantas cosas que al final te acostumbras. Quejarse es algo que va en el ADN humano y que, al fin y al cabo, demuestra inconformismo, algo que no es tampoco demasiada mala virtud en esto del deporte. Si lo piensas bien, solo son jóvenes millonarios con escasa tolerancia a la frustración, intentando ser el gallo que más alto canta del gallinero. Pero hay quejas y quejas. Este año, ha habido jugadores que han visto como descendía (muy) notablemente el porcentaje de efectividad de sus tiros exteriores. A mí, concretamente me llamó la atención el caso de Damian Lillard, que a fecha de hoy anda por un 23% cuando lo habitual en él suele ser acercarse al 40. Vaya por delante que Lillard es un jugador al que admiro, y quizá por eso me di cuenta antes de su caso que de otro en particular. La cosa es que, según ha dicho el presidente de la asociación de jugadores C.J. McCollum, el nuevo balón de competición no se adapta a las “necesidades “de los jugadores exteriores. Después de muchos años de jugar con balones de la marca “Spalding” la liga cambió a Wilson. La marca Wilson intentó reproducir lo más fielmente posible el anterior balón, pero a los jugadores no les convence. Algunos como Paul George, fueron más directos en su crítica. George dijo que no usaría la pelota como excusa, pero que "es una pelota de baloncesto diferente. No tiene el mismo tacto y suavidad que la pelota Spalding". Y yo me pregunto: ¿Puede un balón diferente condicionar tanto la efectividad de un tirador? ¿Es tan distinta la sensación entre los dos mejores balones de baloncesto que se fabrican en el mundo? ¿No es capaz una empresa como Wilson a fabricar un balón a medida de las necesidades de los jugadores?
No sé, a mí me suena un poco a excusa barata de esas que pones cuando no te está entrando nada. Están los clásicos: “me ha dado un tirón”, “el balón esta sudado”, “hace mucho aire” o “tenía el sol de frente”. Suena a excusa y me fastidia porque sé que muchos de esos chicos que ahora protestan, tienen orígenes tanto o más humildes que el mío. Y seguro que algunos no vieron una red hasta ser bien mayores, y seguro que tuvieron que jugar bajo la lluvia con un balón ahuevado o deshinchado, y seguro que alguno de ellos llegó a casa sin bicicleta más de una vez. Como yo.... Por eso me apena ver como algo tan ridículo como un cambio de balón puede llegar a ser esgrimido como excusa por un tío que cobra unas decenas de millones y que es uno de los 350 mejores jugadores del planeta. Cierto es que, ni Lillard ni ninguno de los otros jugadores que han tenido un mal comienzo de liga, ha culpado directamente a la pelota, pero la sombra de la duda la han dejado ahí hábilmente colocada. Como contrapunto tenemos hasta 9 jugadores que esta temporada están por encima del 50% en tiros desde más allá del arco, y que no creo que estén jugando con un balón diferente. Entiendo y comprendo que las rachas van y vienen y que hay muchos factores físicos, psicológicos y contextuales que condicionan el momento de forma de cada jugador. Todo eso es respetable en el deporte de alto nivel, pero lo de echarle la culpa al balón… Menos mal que juegan a cubierto, porque lo siguiente podría haber sido culpar al aire o al sol. Foto: East Bay Times ¡Tu! ¡Si tu! Joven millennial aficionado a la #NBA , estate atento porque este ensayo está transferido directamente de tu "yo del futuro" a tu "yo del presente", igual que en las películas aquellas de los 80 que no viste, en las que viajaban en el tiempo en coches muy raros. Estás asistiendo a una de las revoluciones baloncestísticas más importantes de las que ha experimentado este bello deporte desde que el profesor Naismith lo creó. Dicha revolución, está haciendo tambalearse los pilares fundamentales de la ortodoxia táctica y está fulminando por momentos los conceptos técnicos más empleados durante las últimas 2 o 3 décadas. Hablando en plata: "Se están haciendo y viendo cosas impensables" Tenemos bases de 2,06 m que corren la pista como gacelas, ala-pívots de 2,21 m que meten triples por doquier, magos que pulverizan el movimiento del balón haciéndolo imperceptible al ojo humano a velocidad normal para después anotar de tres en rangos de distancia de entre 9 a 11 metros y luego tenemos extraterrestres de catalogación imposible que recorren la pista con 2 botes de balón y machacan desde el tiro libre... Y todo esto, no es ni bueno ni malo, no es ni mejor ni peor que lo que había antes, sencillamente no debes cuestionarlo, porque es la evolución , y tú eres testigo directo de ella. Y aquí es donde entra tu misión en la historia, que no es otra que aprovechar todos los medios a tu alcance para vivir cada uno de estos momentos a medida que se producen. Con esto no quiero decir que tengas que estar despierto toda la temporada, pues no es posible y probablemente no sea nada recomendable para tu formación. La comunidad #NBA es una masa gigante con vida propia que está formada por todos nosotros, y que siente, se comunica, y sobre todo se retroalimenta de información. En mis tiempos, cuando se producía una acción espectacular, podían pasar días hasta que la vieras en la televisión, y por supuesto, las posibilidades de capturar aquel momento eran ínfimas. Hoy, no pasan ni 10 segundos desde que algo extraordinario tiene lugar hasta que puedes disfrutar de ello en tu móvil. Poder vivir todos esos momentos en primera persona, es un privilegio único e irrepetible, y más si recordamos que estamos asomados a la ventana del futuro más inmediato con medio cuerpo fuera. Porque, no te confundas, verlo repetido dentro de 20 años jamás será lo mismo. Tu has vivido el momento, has saltado del sofá con aquel triple de 12 metros o con aquel tapón atmosférico, has entrado en Twitter y has visto lo que siente la comunidad después de cada momento, has colgado imágenes, vídeos y has comentado cosas. En definitiva, has sido parte de ello. Y esa sensación de sentirse parte de algo tan especial, ha de trascender más allá de colores, jugadores y cualquier tipo de favoritismos que nos impidan disfrutar del momento. Con los años te darás cuenta de lo importante que es saber transmitir esa pasión a las generaciones venideras. Le relatarás estos momentos mientras escuchan perplejos, pues aunque los hayan visto, jamás podrán vivirlos como tú, de igual forma que mis jóvenes me miraban extrañados cuando a veces les decía: "He visto a Michael Jordan hacer cosas que no creeríais que se pueden hacer" Si consigues crear en ellos suficiente expectación como para que también quieran ser parte de momentos así, habrás cumplido tu deber para con la historia y garantizado un poco más la supervivencia de "nuestra especie", pero mientras tanto, debes vivir con todos tus sentidos este maravilloso momento de nuestro tiempo, así que ya sabes: ¡Relájate y disfruta! Foto: Basket4us Es muy difícil, por no decir imposible, tratar de definir la contextualización de un concepto sin tener claro el significado del mismo. Hoy intentaré darle forma al concepto y luego ubicarlo en los distintos escenarios en los que yo creo que puede tener sentido. Vamos allá. ¿Qué es la lealtad? De las muchas definiciones que podemos encontrar, ésta puede ser la que más se ajusta a nuestro caso: “La lealtad es una virtud que se desarrolla en la conciencia y que implica cumplir con un compromiso aun frente a circunstancias cambiantes o adversas. Se trata de una obligación que uno tiene para con el prójimo”. Lealtad es sinónimo de nobleza, rectitud, honradez y honestidad, entre otros valores morales y éticos que permiten desarrollar fuerte relaciones sociales y/o de amistad en donde se creen un vínculo de confianza muy sólido, y automáticamente se genera respeto en los individuos. Lo contrario de la lealtad es la traición, que supondría la violación de un compromiso expreso o tácito. Si os fijáis, en ningún momento se hace referencia al factor “tiempo” para definir el concepto. Este punto es muy importante a la hora de hablar de la Lealtad en el contexto de la NBA. Voy a intentar, como dije al principio, asociar el concepto a diferentes trayectorias de jugadores para así comprender que no hay nadie a quien podamos considerar “el summum de la lealtad” aunque haya gente que se acerque bastante. Foto: ESPN.com Lo primero de todo es reconocer que solamente tendemos a valorar la lealtad de jugadores con un nivel medio/alto, y ahí cometemos un grave error. Ante una acción de supuesta traición, como irse a un equipo rival sin motivo aparente, tendemos a considerar más culpable a un jugador bueno que a uno más mediocre. La fidelidad no entiende de estadísticas. Lo siguiente es comenzar a darle valor al factor “Tiempo”. Un jugador que dedica toda su vida a un equipo, soportando las malas rachas de resultados por muy largas que sean, es un jugador que debe ser considerado leal por derecho propio, pero no podemos obviar otro tipo de jugadores que han pasado por 4,5 o incluso más equipos, y también deben ser incluidos en esa categoría. Permanecer en un equipo durante toda la vida, depende en parte del jugador y en parte de la franquicia, y no olvidemos que al fin y al cabo, esto es un negocio. Hay jugadores que han sido traspasados varias veces y han demostrado un alto nivel de compromiso y profesionalidad allí donde han jugado, además de gratitud con el equipo que los vio marchar. Foto: Cluthpoints Otra puntualización muy importante es la de la reciprocidad de la lealtad. Un jugador de buen nivel puede llevar 7 u 8 años “tirando del carro” para conseguir aupar a su equipo a lo más alto, y que desde la dirección del club no se estén tomando medidas para apoyarle. Todo tiene su límite y la paciencia de los hombres también. Eso explicaría por qué es lógico que a ciertos jugadores no se les pueda considerar desleales cuando piden ser traspasados. El “Quid Pro Quo” entre jugador y equipo es un factor determinante a la hora de emitir juicios de valor sobre este tipo de acciones. Uno de los casos que para mí son más flagrantes en el tema de la deslealtad es el de aquellos jugadores que, aun habiendo dedicado toda su vida a unos colores y siendo partícipes de sus éxitos, no tienen la suficiente conciencia de, llega un momento en su carrera en el que están lastrando innecesariamente al "equipo de sus amores". Lastre táctico en algunos casos por querer seguir jugando muchos minutos a pesar de no estar en condiciones para ello, y lastre económico en otros por no renunciar o incluso reclamar, unas cantidades de dinero que muy seguro que no valen en ese momento. Foto:USA Today's FTW Y es que, al fin y al cabo, hay tantas acepciones de lealtad como gente para valorarla. El término “Leal” es un adjetivo usado para identificar a un individuo fiel en base a sus acciones o comportamiento. Es por ello, que una persona leal es aquella que se caracteriza por ser dedicada, y cumplidora e inclusive cuando las circunstancias son adversas, así como defender en lo que cree, por ejemplo: un proyecto. Hay veces que seremos más leales permaneciendo en el proyecto y otras que lo beneficiaremos más si lo abandonamos. Lo que sí está claro es que hoy en día, es muy difícil encontrar demasiados jugadores que cumplan los estándares básicos de lealtad que hemos definido, pues la ambición, tanto económica como de títulos” es el principal motivo por el que cada vez más gente ve la NBA como lo que es. Un negocio.
Después de llevar un buen rato sentado frente al ordenador pensando en el tema sobre el que escribir esta semana, me dí un paseo por Twitter a ver si me llegaba la inspiración, y la verdad es que no tardó demasiado. Solamente tuve que conversar agradablemente un rato con alguien acerca de un tweet para darme cuenta de que merece la pena pararse un momento a analizar esas situaciones. En el universo NBA Twitter, aunque no lo creáis, solamente se pueden adoptar dos roles concretos: El primer caso es que seas un adorador supremo del baloncesto que se dedica profesionalmente a hablar de él y lo ama por encima de colores y fanatismos. Esto te coloca, además de en el olimpo del mundillo, fuera de cualquier discusión partidista que no sea meramente circunstancial. Eres fan de todos los equipos y todo el mundo te adora porque la objetividad es tu segundo nombre. Esta situación está al alcance de Andrés Monje, Gonzalo Vázquez y algunas otras pocas deidades. El segundo caso, en el que nos encontramos el resto de los mortales, nos define como tertulianos con más o menos objetividad, pero estigmatizados de por vida por un grado, mayor o menor, de fanatismo hacia ese equipo de nuestros amores. Otra de nuestras cualidades es no poder evitar ser críticos, en mayor o menor medida, con otros equipos, entrenadores o situaciones en general, muchas veces sin darnos cuenta de que siempre va a haber alguien a quien le va a parecer mal lo que digas, sea lo que sea, y es ahí cuando se produce la situación de divergencia de criterios. Llegados a este punto, he de aclarar que me refiero únicamente a gente de cierta edad y volumen de madurez. Los jóvenes (Que todos lo fuimos) son imprudentes, inmaduros y viscerales, con lo que no representan un ámbito de aplicación para estas premisas. Al igual que hicimos todos, deben cometer sus propios errores y aprender de ellos, es ley de vida. Volviendo a la situación de cruce de opiniones, yo puedo decir tranquilamente que no me gusta el sistema de D´Antoni y a mí me pueden decir que DeRozan no es un gran jugador o que Duncan era más soso que lamer un folio. Ambos tenemos el derecho a verter esas opiniones y por ende, también tenemos derecho a rebatirlas, pero siempre desde el respeto, condición indispensable también a la hora de realizar dichas afirmaciones. Desde el momento en el que yo asumo que mi derecho a opinar tiene exactamente el mismo peso específico que su derecho a no estar de acuerdo, la balanza está justamente equilibrada y la conversación lista para continuar. Yo aportaré razones para demostrar que Duncan era el alma de la fiesta y él me intentará demostrar que el sistema de D´Antoni es una joya de la táctica moderna. Por norma general, los dos tendremos una parte de razón y otra (por pequeña que sea) en la que no. Lo grandioso es que cuando la formula se compone de Argumentos + Respeto + Algo de humor (opcional), el resultado es una agradable conversación en la que los dos descubriremos algunas cosas, e incluso podemos llegar a reconocer que nos equivocábamos. Resumiendo, una experiencia enriquecedora. Lamentablemente, no siempre se dan estas atmósferas idílicas y la cosa puede acabar como el rosario de la aurora, pero por el bien del entorno NBA Twitter, todos debemos de poner de nuestra parte, yo el primero, para que este tipo de experiencias sean cada vez más habituales. Foto: the colaDurante las últimas semanas, y con ocasión del campus de entrenamiento del “Team USA”, las redes sociales se han llenado repentinamente de comentarios halagüeños hacia la figura de Gregg Popovich por parte de los jugadores de la selección. Pero el mantra clásico de “Que gran entrenador es Popovich y cómo me gustaría jugar para él”, choca frontalmente con la circunstancia de que casi ningún agente libre de cierta calidad quiera ir a jugar a los Spurs. Esta paradoja me ha hecho pensar (mucho) sobre los condicionantes que existen y que alimentan las dudas razonables de los jugadores a la hora de escoger San Antonio como destino. Después de mucho analizar, he decidido resignarme a aceptar nuestro cartel de “novia fea” y además, a crear esta mini-guía de apoyo a futuros agentes libres y rookies para que nadie diga que vino engañado. Porque como decía mi abuela: “Para el que no quiere nada, tengo yo mucho…” 1 – No eres Tim Duncan, y lo sabes. Foto: poundingtherock.com Mentalízate desde el primer minuto, que si llegas a jugar en los Spurs, tienes una de las sombras más alargadas de la historia ocultándote de por vida. No vas a ser tan bueno como él, no vas a ser tan majo como él, no le vas a dedicar tu vida a la franquicia como él, no te van a querer como a él, no te van a dedicar un día como a él, no vas a ganar anillos en tres décadas diferentes (como él), pero sin embargo, te van a comparar con él desde el primer día, porque la obsesiva búsqueda de un sustituto de Duncan se ha vuelto casi enfermiza. El vacío que generó, tanto deportiva como emocionalmente su marcha, ha hecho a la franquicia flotar en un extraño limbo de sentimientos encontrados para los que tú, no eres la solución. 2 – Aquí, los Jóvenes no juegan Foto: theathletic.com Si eres un recién llegado a la liga y, a poco que hayas visto algo de NBA, ya sabrás que a los novatos que llegan a los Spurs, no se les hacen novatadas. No se les hace nada, porque no huelen el primer equipo ni de lejos. Su destino casi irremediable suele ser pudrirse en los Austin Spurs durante dos o tres años hasta que se les hinchan los h… y se largan. Es un contexto perfecto para no poder desarrollar tus capacidades potenciales en tus años de esplendor físico. Te pasarás semanas enteras intentando llamar la atención de la gerencia a base de Highlights y obtendrás como premio 5 o 6 minutos de la basura en algún partido que ganen de 50 o de final de temporada. Para cuando quieras darte cuenta, se te habrá pasado el arroz y te verás comprando un billete para China. 3 – No te pagamos por pensar Foto: Alchetron.com Mi buen amigo Javier R. Rodriguez (@CafeDeRick) definió "cariñosamente" a los Spurs de hace una década como: “Una asquerosa fábrica de robots diseñados para ganar” No se equivocaba demasiado. La férrea disciplina táctica, técnica y personal impuesta por Popovich desde hace más de dos décadas, ha calado tan hondo en la franquicia que se ha convertido en una especie de guía de comportamiento. Aquí no vengas a hacer tu juego, aquí se viene a integrarse en el sistema donde mejor encajes, y si no encajas, ahí tienes la puerta. Puede que te toque estar un año en la esquina esperando balones o puede que sólo te saquen para defender, quien sabe, pero en ningún caso se te ocurra hacer cosas como pensar que mereces más dinero, más minutos o más balones. Si haces algo parecido, pronto descubrirás que no eres imprescindible y te irás a tomar el sol a Florida o a hacer iglús a Canadá. Solamente se recuerda el caso de un chico que desafió el orden establecido y vivió para contarlo. Era un tal Emanuel G. 4 – Esto no es Hollywood Foto: nba.com Si tu sueño desde pequeño era acudir de invitado a grandes eventos, codearte con estrellas del cine en fiestas privadas y ver tu camiseta entre las más vendidas, San Antonio no es tu destino. Pese a ser la séptima ciudad más poblada de los Estados Unidos y la segunda del estado de Texas, la ciudad del Álamo es lo que allí se conoce como un “mercado pequeño”. No hay grandes festivales con superestrellas ni se dan premios importantes. Además, esta llena de gente hispana, circunstancia que, a lo mejor representa un hándicap para ti, sobre todo si eres afín al actual inquilino de la Casa Blanca. Podrás salir a comerte un burrito en chándal sin problemas de que te hagan 1000 fotos, eso sí, jamás coincidirás con Rihanna en la gasolinera ni con Jimmy Fallon en el gimnasio. Y por supuesto que no vas a salir en Space Jam 3. En definitiva, si el comercio mediático es parte fundamental en tus planes de futuro, mejor no le abras la puerta al agente de los Spurs cuando vaya a entrevistarse contigo a casa. 5 – Pops es genial, para un rato... Foto: Yahoosports.com Vamos con la última y más determinante de las circunstancias, que no es otra que el hecho de que te vas a poner al mando del, muy probablemente, mejor entrenador de la historia de la NBA. Seguro que ya estás intimidado y aun no estás allí.
Como dije antes, muchos jugadores del “Team USA” declararon que era una maravilla entrenar con él, pero no caen en la cuenta de que con ellos va a estar unas semanas, quizá meses, en cualquier caso, poco tiempo como para acabar saturado de él. Y es que a Pops o le odias o le amas, no hay término medio, pero es que sus sentimientos hacia ti, van a seguir la misma reciprocidad. O te encumbra o te ignora. Se que tiene fama de cuidar mucho a sus jugadores y de tratarlos a todos como si fueran una familia, pero si te fijas, sólo recibe ese tratamiento quien “pasa por el aro” y comparte su manera de entender la vida y el baloncesto. Las cosas van a ser como él diga, cuando él diga y donde él diga, y no le decepciones ni le lleves la contraria o acabarás dirigiendo el tráfico en Groenlandia. Y es que Popovich es un maldito genio, pero también es difícil de llevar… He de decir antes de acabar, que reconozco a Popovich como la leyenda que es, e incluso puedo afirmar que le quiero una barbaridad, pero también quiero a mi padre y eso no evita que le lleve la contraria de vez en cuando. Resumen: Al fin y al cabo, resulta muy difícil echarle la culpa a una organización que me ha regalado 5 títulos en 22 años consecutivos sin eludir los playoffs, pero también es cierto que la autocrítica es un ejercicio muy necesario para avanzar. Los Spurs llevan muchos años con la misma idiosincrasia y es muy difícil intentar cambiar ahora algo que ha funcionado bien durante tantos años. Veremos a ver si las nuevas generaciones consiguen pasar de una vez la última página del libro de “la dinastía” que parece habernos lastrado de por vida a un “modus operandi” demasiado hermético para los tiempos que corren. Alguna manera posible habrá de convertir a los Spurs en un destino apetecible, estoy seguro. Por cierto, no quiero ser yo el primero que cometa la herejía de hablar de “transición” pero he de reconocer que ver a Tim Duncan y a Becky Hammon en el banquillo, tranquiliza bastante. |